La
noche era perfecta. El cielo era tan negro que daba la sensación de atraparte
en una cúpula de cristales teñidos. Sin embargo, una luna, pletórica y pálida,
se dejaba entrever a través de los jirones de un vestido de algodón.
Era
Halloween, y el firmamento no podía contextualizar mejor aquel día.
Vinko
pensó que le gustaba aquella noche. O le gustaría si no estuviera a punto de
perder la paciencia, gruñó para sus adentros mientras trataba de colocarse la
lentilla por undécima vez (como mínimo) que le haría lucir ojos inyectados en
sangre.
—A
este paso lloraré lágrimas de sangre de verdad —masculló mientras parpadeaba
para cesar el lagrimeo de su ojo. Sin embargo, esa vez la lente decidió que ya
se había resistido bastante y por fin se adhirió a su pupila perfectamente.
Cuando
la vista se le desempañó pudo observar el efecto de su nuevo color de ojos, que
añadía el toque perfecto a su disfraz de vampiro centenario. Su piel era pálida
de por sí, así que no había tenido que recurrir a potingues pringosos para
blanquearse la piel. Se había aplicado un poco de sombra roja y morada de su
tía debajo de los ojos, y estás resaltaban la rojez brillante de sus irises. Se
había dejado suelta la melena larga que llevaba teñida de azul eléctrico desde
hacía medio año. A su tía le parecía algo estrambótico, sin embargo, no se
había opuesto y había terminado por dejar de arrojar comentarios sobre que
parecía integrante de una banda noruega de quemadores de iglesias. En realidad,
no era un comentario totalmente carente de fundamento, puesto que en realidad
tenía ascendencia nórdica por parte de su… bueno, cabrónquederramólasimiente en su vocabulario, en el del resto de
los mortales simplemente: padre.
De
ahí que tuviera un nombre considerado raro.
Se
afianzó los colmillos de plástico con un empujoncito de la punta de su lengua,
y se recordó a un chupasangre degustando su grupo sanguíneo predilecto. Sonrío
al espejo y decretó que estaba perfecto para el acontecimiento de esa noche.
Llevaba vaqueros negros adornados con múltiples cadenas y remaches de plata,
unas botas de la misma tonalidad y pesadas, y una camiseta también negra que
había rasgado adrede en algunas zonas y había ornado con imperdibles. En el
centro de la camiseta figuraba con letras carismáticas y blancas el nombre de
su propia banda: “Madness Detector”. Para completar la indumentaria y
fusionarte con su personaje vampírico se había agenciado una capa larga que por
dentro era de terciopelo de color borgoña.
Miró
hacia el reloj de pared de su habitación. Las 20:50. Tenía que salir de
inmediato; había quedado en recoger a Katia a las nueve en punto.
Se
equipó el estuche sólido donde guardaba su guitarra y salió de su habitación.
Aquella noche habían contratado a su banda para animar la fiesta del instituto,
y se tirarían hora y media en el escenario versionando a grupos como The 69 Eyes, HIM, Avenged Sevenfold o Vains of Jenna. No era una mala
oportunidad para desatar la locura en un gimnasio atestado de cientos de
adolescentes. Y por unas horas le salvaría de someterse a sacar a bailar a su
pareja canciones lentas de Britney Spears,
lo cual era el equivalente a agua bendita o un crucifijo para su lado
vampírico.
Aunque
sospechaba que los aspectos que él veía como positivos de su espectáculo no
eran considerados así por su pareja.
★
Madness Detector
estaba revolucionando el gimnasio. Los focos de luz azulada alumbraban
fantasmagóricamente tanto a los músicos como a los jóvenes que se
contorsionaban y agitaban sus cabezas sincronizados con la estentórea música.
La muchedumbre animaba con su entusiasta respuesta a la banda, que en vez de
sentirse más agotada con el paso del tiempo, iba añadiendo más extravagancia y
energía a su actuación según se contagiaba del optimismo general que se
respiraba en el recinto.
Aunque
los había quienes se apartaban a un lado del gimnasio y pegaban sus espaldas a
las paredes, como queriendo mantenerse al margen de un contagioso acceso de
demencia. Desde el rabillo del ojo miraban a los “frikis” que celebraban el
show, y arrugaban el gesto como si sus compañeros rindieran culto al mismísimo
diablo y se estuvieran sometiendo a sangrientos rituales y demás primitivismo
macabro.
Entre
esas personas se hallaban Katia y su amiga Cherise. Katia sujetaba su vaso de
ponche y fruncía el ceño en dirección al escenario.
—No
pareces estar pasándolo bien —observó Cherise, que aunque permanecía de la
misma guisa que su amiga, lo hacía por acompañarla y no porque sintiera tanta
aversión hacia el concierto.
—Supongo
que preferiría estar bailando en pareja “Say It Right” de Nelly Furtado —replicó Katia en respuesta.
—¿Con
Vinko? —preguntó dudosa su amiga.
—Sí.
Sobrevino
un largo silencio. Ambas fijaron sus miradas en el escenario y justo en aquel
momento el cantante vaciaba un cubo repleto de tinta roja que hacía pasar por
sangre sobre las filas más cercanas del público. A su lado, Vinko se había
subido a uno de los bafles centrales y ejecutaba un magistral y melódico solo
cuya emoción se reflejaba en su rostro, translúcido por los reflectores que lo
alumbraban.
—¿Te
gusta? —se aventuró a preguntar Cherise.
Katia
se encogió de hombros.
—Es
innegable que está muy bueno. Aunque también lo es que no vamos a ninguna parte
si sigue insistiendo en llevar el pelo azul y lucir la indumentaria de un
guardián de tumbas.
—¿Y
qué me dices de su música? —la interrogó Cherise.
Katia
arrugó la nariz.
—Lo
cierto es que no me entusiasma. Es demasiado… enérgica y ruidosa en mi opinión.
—No
tenéis nada en común —puntualizó su amiga, negando con la cabeza—. ¿No deberías
tratar de “cazar” a un chico con el que fueras más afín?
Katia
la miró con evidente fastidio.
—Detesto
al resto de los chicos. Me gusta Vinko, pero no me gustan sus aficiones ni sus
pintas. Además, va a ser un reto estimulante reformarlo.
—¿Reformarlo?
Hablas de él como si fuera la fachada derruida de un edificio histórico —la
acusó Cherise mirándola con dureza.
—No
está tan decrépito —bromeó Katia, aunque Cherise no compartió su buen humor—.
Es más bien un diamante en bruto. Si se deja pulir por mí me lo agradecerá
eternamente.
Cherise
calló. Disentía con su amiga en todo respecto a aquel asunto, aunque Katia no
era alguien con quien fuera sencillo razonar.
★
—Pilla
una —le gritó Vinny, el cantante, mientras le arrojaba una lata de cerveza a distancia.
Vinko,
la atrapó al vuelo, sentado en uno de los sillones improvisados (una ingeniosa disposición de varios trastes sólidos
que habían encontrado por la habitación) del “backstage”. En realidad era el almacén
donde se guardaba mercancía deportiva que había sido circunstancialmente
habilitado para proporcionarles un espacio tranquilo con catering y neveras con
bebidas (que para sorpresa de muchos incluía alcohólicas).
—¿Cómo
es que hay algo más aparte de repugnante ponche? —preguntó Vinko maravillado
mientras tiraba de la anilla de la lata y daba un largo trago.
—Cuando
Vinny se encarga de cerrar contratos jamás se excluye el alcohol —contestó el
joven, muy pagado de sí mismo. Su verdadero nombre era Vincent, pero nadie le
llamaba así. Era un nombre serio que chirriaba con la naturaleza optimista de él.
—¿Cómo
lo haces, tío? —inquirió fascinado Gore, el bajista. Él tampoco se llamaba así
en realidad. Era un alias que encima definía bien la esencia brutal e intensa
del grupo. Su verdadero nombre era Gregor. De ahí habían pasado a llamarle Gor
y habían acabado por apodarle Gore.
—Dándome
la importancia que merezco. Me gusta pensar que tenemos cierto caché que
requiere unos requisitos mínimos para disfrutar de nuestro espectáculo…
Simplemente nos hago valer, y eso hace que la gente esté dispuesta a
complacerme —explicó el adolescente.
—Supongo
que eres una buena apuesta como frontman —concedió (Ce)Dric desde su asiento,
repantingado en él en una postura muy desgarbada.
—Tío,
eres un raro de cojones —dijo Gore dirigiéndose a Dric, al cual veía remover su
cubata de calimocho con una de las baquetas.
—La
palabra que buscas es lunático —masculló Dric con dureza, aunque enseguida sacó
la lengua, que lucía negra por el vodka que había estado bebiendo minutos
antes. Se esforzó en acompañar el gesto con una mirada demente, y se río como
un poseso ante el gesto asqueado de Gore.
—¿Por
qué tenemos a este notas en la banda? —lanzó la pregunta a nadie en particular,
como tantas veces hacía.
—Porque
es una bestia de la batería —aún así respondió Vinny, de muy buen humor.
En
general, pese a los piques entre ellos, los cuales por otro lado eran pan de
cada día, todos estaban de un ánimo excelente. El concierto había ido mucho
mejor de lo esperado, ya que no esperaban tanta participación por parte del
alumnado endogámico de su instituto.
Aunque,
naturalmente, no había faltado el típico grupo de gente apolillado que
rechazaba todo lo que no participara en su vida diaria… Y el heavy metal era
algo que definitivamente no formaba parte de su rutina. Pero al menos habían
sido una notoria minoría.
A
juzgar por el siguiente comentario, Vinny también reflexionaba sobre lo mismo.
—Hemos
prendido fuego al gimnasio, tíos. Si llegásemos a tocar en el cementerio las
tumbas se vaciarían —comentó alegremente haciéndose con una segunda cerveza—.
Aunque como siempre ha habido idiotas que tratan al rock como a la lepra del
siglo.
—He
intentado alcanzar alguna de esas cabezas huecas con las baquetas, pero tengo
que practicar más —dijo Dric encogiéndose de hombros.
Dric
era alguien muy extraño, incluso para sus amigos, los cuales pese a pasar
tantas horas con él no llegaban a captar su honda. Sus comentarios siempre
resultaban entre perturbadores y extravagantes, y jamás terminaban de
comprender si hablaba en broma o expresaba su sincera opinión, puesto que pese
a que la esencia de lo que decía solía ser más apropiado de catalogar en broma,
siempre hablaba con una seriedad desconcertante que sembraban la duda de si
hablaría en serio o no. Al final, habían resuelto de tácito acuerdo reírse de
todo cuanto soltaba, y esta vez no fue la excepción.
—A
propósito, no he visto a tu Katia
durante el concierto —observó Gore.
Vinko
torció el gesto involuntariamente. Él sí que la había visto, aunque no dónde a
él le habría gustado que estuviera. No es que le doliese exactamente el hecho
de que ella no hiciera el mínimo esfuerzo por tolerar algo que para él era más
que una afición: la música. Porque para él la música era la forma en que se
sentía ilimitado, libre, ingrávido, fuerte. La forma en que se identificaba con
el resto del mundo, en que lograba conectar con él. La forma en la que se
sentía acompañado hasta en soledad. La música era, simplemente, lo que
complementaba su alma. O así lo sentía él.
Tal
vez el hecho de que Katia no aceptara esa parte de él era una clara señal de
que jamás podrían llegar a ninguna parte. Ni ella deseaba renunciar a su mundo,
ni él iba a renunciar al suyo. Y la certeza de que fuera necesario algo así
para hacer que su historia funcionase era demasiado triste. Porque, francamente,
eran mundos absolutamente distintos y con bordes que no encajaban ni a base del
calzador más potente. La única posibilidad era limar los límites de uno de los
dos para que pudiesen coexistir de forma tolerable… Y ni siquiera sería una
fusión completa.
Tal
vez lo mejor era dejarlo estar, definitivamente.
—…Nos
sorprende que estés intentando algo con esa pija —estaba diciendo Gore en el
momento en que Vinko devolvió su atención al presente.
—Está
buenísima —concluyó Vinny, como si eso argumentara todo.
—¿Vamos
a comportarnos como aquellos que despreciamos? —inquirió Vinko, algo
malhumorado—. ¿También vamos a desdeñar a aquellos que no se parecen a nosotros?
—Viking
tiene razón —comentó Dric, tomando por sorpresa a todos con ese alarde
pacifista del todo impropio en él. Pero, por tratarse de él, su siguiente frase
los dejó más tranquilos—: Despreciarles es poco. Hay que atravesarles baquetas
de oreja a oreja y aniquilarlos.
—Gracias
por tu aporte, Psychodric —apuntó Vinko con sarcasmo, uniendo ingeniosamente
las palabras psicótico y Dric.
—Estoy
empezando a hartarme de la compañía masculina —informó Vinny, destapando su
tercera cerveza consecutiva y reconduciendo la conversación hacia las
primitivas necesidades que lo subyugaban.
—Jamás
la toleras —masculló Vinko con mofa—. Solo que hay veces en las que lo
disimulas mejor que en otras.
—Oh,
vamos —se defendió Vinny—. ¿De qué me serviría ser rockstar si no puedo
beneficiarme de la admiración femenina? —preguntó con gran optimismo mientras
se dirigía a la salida del camerino.
—Creo
que eso de lo que tratas de disfrutar tiene un nombre más concreto: lujuria
—puntualizó Vinko.
Vinny
se detuvo un momento antes de bajar el picaporte de la salida. Lo apuntó con
uno de los dedos pertenecientes a la ocupada mano que sostenía la lata de
birra.
—Lujuria.
Una palabra acojonante. Debería ser el título de nuestro próximo tema —declaró
con entusiasta convicción justo antes de cruzar el vano de la puerta.
Pero
estuvo a punto de chocar con una figura que caminaba en dirección contraria.
—¡Katia!
—exclamó Vinko, esforzándose por sonar contento, cuando la atisbó tras la gran
envergadura de Vinny.
—Hola
—saludó ella, penetrando en el saloncito y esbozando una deslumbrante sonrisa—.
Me apetecía mucho bailar, y tú no estabas —añadió a modo de explicación de su
presencia allí.
Vinko
asintió, y lanzó un saludo general al resto de los chicos antes de acompañar a Katia
de vuelta al núcleo de la fiesta.